miércoles, 15 de agosto de 2007

La Luna y la Horca

Si hubiese sido un sueño probablemente hubiera despertado cuando ajustaban la cuerda alrededor de su cuello. Que no podía correr era un hecho, pero eso no siempre significa que uno esta soñando. Mucho menos cuando los pies de uno cuelgan a cuarenta centimetros del piso. Ahora bien, si no era un sueño entonces quedaban algunas preguntas por responder: ¿porque tenía una cuerda al cuello y porque sus pies colgaban a cuarenta centimetros del piso? La primera pregunta fue la que mas tiempo le llevo responder. La segunda llegó un tiempo despues. Quizas no era su sueño sino el sueño de alguien mas. Pensó en el hombre encapuchado que tenía al lado, pero éste parecía demasiado ocupado como para estar soñando, y la gente... bueno, si la gente hubiera estado soñando ya no importaba, estaban demasiado entretenidos como para querer despertar. Una vez mas, la teoría del sueño quedaba descartada. La gente seguía gritando pero él no podía distinguir los sonidos que salían de sus bocas. Notó que gritaban por los gestos de sus caras. No lo hacían todos al mismo tiempo, se iban turnando. Se le ocurrió una analogía un poco nefasta pero bastante adecuada para el momento. La gente parecía un campo minado en el cual se sucedían pequeñas pero notorias explosiones. A veces por la izquierda, a veces por la derecha. A veces por el centro. Estas explosiones que no eran mas que gritos siempre iban acompañadas por un estremecimiento físico. Musculos tensionados, cuellos hinchados, venas que iban y venían. De repente, un fuerte dolor en su brazo derecho interrumpió sus pensamientos. Agudas punzadas recorrían su brazo desde el hombro hasta la mano y si su garganta no hubiera estado tan oprimida hubiera gritado y su grito hubiera volado mucho mas alto que la gente. Tan alto que ningún campo minado podría alcanzarlo jamás. Pero ese grito nunca voló y su brazo derecho ya no era un brazo, ni volvería a serlo nunca. Nunca más. Ese miembro inerte que colgaba a su lado ya no volvería a escribir, ya no detendría sus caidas, ya nunca se apoyaría en un hombro amigo. Es increible como uno podría catalogar sus sueños de acuerdo a la parte del cuerpo encargada de darles vida. Ese brazo no tenía grandes sueños, pero ahora que se iba ya no los tendría jamás y esa idea le desgarraba el alma mucho mas de lo que una cuerda puede desgarrar la piel, que no es poco. ¿Porque carajo no terminaba todo de una vez? ¿Cuanto faltaría para que esa sensación en su brazo derecho se extendiera a todo su cuerpo y finalmente pudiera descansar? ¿Esa gente se quedaría hasta ese momento? De pronto sintió una fuerte conexión con esas personas, después de todo, eran quienes lo acompañarían en los ultimos minutos (porque sabía que no podía durar mas que eso) de su vida. Esa idea lo reconfortó un poco. "No hay nada mas feo que morir solo" pensó y recordó aquella frase Zen que decía: "Si un arbol cae y nadie lo escucha de todos modos hace ruido?". Una pregunta que siempre consideró bastante idiota pero que de repente no le parecía tan idiota. Y entonces deseó que todo el mundo desapareciera porque quizas asi no moriría. Y finalmente sucedió. El dolor en su brazo desapareció. Se sorprendió de su capacidad de razonar en un momento como ese. Pocas veces había visto ejecuciones de este tipo y siempre en películas, pero en ninguna de ellas el ejecutado parecía estar pensando, a lo sumo uno podría creer que estaba llevando la cuenta de sus estremecimientos, pero nunca hubiera creído que una persona pudiera tener tanta claridad en una situación asi. Él la tenía y no por esto se sentía mas afortunado. Al contrario, hubiera preferido que el dolor fuese insoportable, tan insoportable que en algún momento se volviera liberador. "Si me hubieran pedido una última voluntad hubiera pedido que me apretaran la cuerda mas fuerte" se dijo resignado. La gente seguía escupiendo sonidos incomprensibles a su cuerpo y por mas fuerte que él tratara no podía entenderlas. Y entonces sucedió de nuevo, pero esta vez en sus piernas y por primera vez sintió frío. El dolor ya no era un dolor nuevo y desconocido, y encontró esa idea bastante liberadora. Caminar, correr, patear, saltar, nadar, bailar o simplemente estar de pie ya no eran mas una opción. Una vez un amigo le había dicho que era cuando uno se tropezaba que recordaba tener una pierna. Cuanta razón tenía. Trató de optimizar este pensamiento y llegó a la conclusión de que cuando algo deja de ser, alguien recuerda que éra. Asi como cuando su cuerpo hubiera muerto todos verían que había vivido. ¿Lo notarían? Eso esperaba. Sabía que quedaba poco tiempo, lo sentía y decidió recordar por última vez álgunas cosas que deseaba que fueran con él adonde quiera que estuviera yendo. Recordó la luna y las estrellas y las mujeres, y cuando recordó a las mujeres decidió que era un buen momento para elegir entre culo y tetas. Eligió tetas y recordó algunas bastante especiales. Eligió mar, azul, destornillador y astronauta. Y cuando eligió astronauta volvió a recordar la luna. Con las últimas fuerzas que tenía empujó sus ojos lo mas arriba que pudo y la buscó. No la encontró y eso le dolió mucho mas que nada. La gente seguía gritando. ¡Que contentos estaban! Era un mundo perverso aquel que le había tocado visitar, un mundo donde aquel que trae felicidad se lleva muerte, la cajita de música, la bailarina encerrada, olvidada, el payaso triste, las nubes. Y entonces decidió que no era tan malo dejarlo. Y finalmente entendió porque estaba a 40 centimetros del piso. Estaba volando. Y cuanto mas volaría!. Quizas volviera a ver la luna después de todo. Con las pocas fuerzas que le quedaban inhaló su último aire, ese aire contaminado, ese aire de mierda que por suerte nunca volvería a necesitar y lo llevó bien adentro, casi tan adentro como sus recuerdos mas podridos. Por unos segundos su pecho dejó de temblar y asumió una postura tan noble que la gente se calló. El encapuchado lo vió y sus ojos fueron humildes una vez mas. Y con todo lo que había sido y con todo lo que no volvería a ser dejó salir el aire con tal fuerza que atravesó a su público como un ratón atravesaría un campo minado para desaparecer casi imperceptiblemente en el horizonte. Y luego de ese instante que pareció infinito su cuerpo dejó de ser. Y entonces todo fue muy rapido otra vez. La gente ya no sonreía, ya no gritaba. Por primera vez en sus vidas todos sintieron el verdadero sabor del aire. El encapuchado cortó la cuerda y el cuerpo cayó rompiendo el silencio en miles de pequeños pedazos. Una mujer que estaba en primera fila se acercó al cuerpo y lo miró durante unos segundos tratando de entender algo que no tenía explicación. Finalmente volteó y se dirigió al encapuchado y con una voz casi invisible le preguntó cual era la palabra que estaban buscando. El encapuchado se sacó la capucha y se acercó a la mujer, se acercó tanto que su boca respiraba el miedo de ella. Y le dijo la palabra tan suavemente que todos la escucharon. "Inocente". Todos dieron media vuelta y desaparecieron para nunca volver y cuando ya solo quedaba el encapuchado en esa noche gris la luna salió de atrás de una nube y siguió su rumbo sin notar nunca que el cuerpo que estaba ahí alguna vez había vivido.

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