domingo, 5 de octubre de 2008

Beirut

Pasé al lado de un tipo muy raro ayer. Tenía los pelos revueltos y vestía ropas furiosas. Miraba todo por poco tiempo, como si cada cosa fuera el sol y tuviera miedo de quemarse los ojos. No parecía, sin embargo, un tipo temeroso al fuego, o quizás el hecho de que llevara una caja de fosforos en la mano izquierda me dió una impresión equivocada, quizás solo la llevaba como protección, como amuleto (veo gente temerosa de dios llevando crucifijos al cuello constantemente).
Si bien parecía no interesarse en ser visto, se me ocurre que en algun lugar, muy dentro suyo, deseaba todo lo contrario. Cada uno elige el arma con la que va a combatir al olvido, algunos escriben, algunos hacen música, otros pintan. Este tipo no llevaba una lapicera, ni una guitarra. Mucho menos un pincel. Llevaba una caja de fosforos en la mano izquierda, y un bate de beisbol en la mano derecha. Y lo dejaba caer, y lo agarraba, y lo volvía a levantar, lo volvía a dejar caer. Tenía un gran dominio del bate este tipo.
Pasó por al lado mio, no me vió, siguió camino. Me di vuelta para verlo con esa curiosidad morbosa que reúne a la gente alrededor de un accidente de transito, pero no vi más que una sombra que se iba perdiendo entre las luces de los locales y la gente. Una sombra que llevaba en sus manos una caja de fosforos y un bate. 
Lo único que me vino a la mente en ese momento: "Esto no puede terminar bien".

No hay comentarios: