lunes, 5 de agosto de 2013

Gelsomino o la revolución social

Era el cuerpo más perfecto que jamás había visto. Esa mujer que escondía sus rasgos detrás de un velo, embelesaba al caballero que buscaba una noche de pasión. Un encuentro fugaz para aplacar su sed, calmar la lujuria que no lograba satisfacer con su esposa, una dama de buena familia y posición económica pujante.
Él le clavó la mirada y con ese gesto la hizo suya por el resto de la noche, una eternidad de sensaciones. Ella supo de inmediato que ese sería el hombre, y moviendo las caderas con osadía se acercó para besarlo y embriagarlo con su aroma a jazmín, la fragancia prohibida para las damas de la alta sociedad.
Ella lo tomó de la mano y como a un joven inexperto lo condujo por los pasillos del placer, que cubrían y descubrían lo más oculto y lo más primitivo.
Él, tropezaba a cada paso, la vista nublada por el humo y la ansiedad.
Era como aquella primera vez, cuando su padre le enseñó dónde debía satisfacer sus placeres carnales: “Es con ellas, y no con tu esposa”, sentenció con seriedad, y el hijo jamás lo cuestionó. Obedeció repetidas veces, pero siempre con la misma mujer que lo había cautivado desde el comienzo, la de los ojos almendrados, la de la sonrisa esquiva, la de cintura peligrosa, la de besos de jazmín…Al volver a su lecho, se acurrucó junto a su esposa que ya dormía, para volver a encontrar, complacido, ese aroma que acababa de abandonar.